Las cosas que no nos dijimos

Lo guió hasta los ascensores, pulsó el botón y su beso llegó hasta la sexta planta.
La piel de ambos reunida, como los recuerdos más íntimos, se confundía entre las sábanas. Ella cerró los ojos. la mano que era caricia se deslizaba sobre su vientre, las suyas se aferraban a su nuca. La boca rozaba el hombro, el cuello, la curva de los senos, los labios se paseaban, indóciles; sus dedos aferraron el cabello de él. La lengua bajaba, y el placer subía en oleadas, reminiscencia de voluptuosidades nunca igualadas. Las piernas se entrelazaban, los cuerpos se anudaban el uno al otro, ya nada podía separarlos. Los gestos seguía intactos, a veces algo torpes, pero siempre tiernos.
Los minutos se convirtieron en horas, y la aurora se levantó sobre sus dos cuerpos abandonados que languidecían entre la calidez de las sábanas.
Marc Levy. 

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